Turistofobia

Es la hora del desayuno en nuestro hotel en Trujillo, Perú. Parece que Mai y yo somos los dos únicos huéspedes. La dueña nos saluda y dice algo al personal en español, deliberadamente hablando muy rápido para que no entendamos. Dentro de 30 segundos un televisor de pantalla larga y plana está encendido y el canal está ajustado a la CNN y transmite las últimas noticias de Afganistán. Todo lo que queríamos era un desayuno en silencio. Aunque la intención sea de complacer a nosotros, no puedo evitar enojarme. ¿Esta mujer piensa que todos los norteamericanos somos adictos a la TV y acostumbrados a mirar imágenes de guerra y violencia mientras engullimos nuestra taza de Starbucks? El café de esta mañana tiene un sabor muy amargo.

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La recepción del hotel llama para avisarnos que nuestro transporte ha llegado. El minibús nos va a conducir hasta las ruinas famosas de Chan Chan para 4 horas de exploración. Cuando reservamos esta actividad nos solicitaron a la pregunta habitual: ¿preferimos un tour en inglés o en español? Cómo siempre elegí el español. Eso no tiene nada que ver con mi motivación para mejorar mis habilidades de comprensión. Lamentablemente la verdad es que no puedo ni ver a grupos de turistas americanos. Hablan muy fuerte, se comportan como si todo el mundo debiera de hablar inglés, les interesa más la tienda de artesanías que la experiencia cultural, y sus débiles intentos con pronunciación del español parecen como chistes. Uno podría creer que mi reacción viene de mis raíces francesas, pero no es verdad: sólo pensar en un grupo de turistas franceses me produce náuseas. Hablan casi tan fuerte como los americanos, están convencidos de que nadie entiende el francés entonces se quejan y critican a la gente que les rodea, y siempre comparan lo que descubren con lo que ya tienen en casa: la comida nunca pueda ser conforme a sus expectativas tan estrictas, y no ciudad pueda ser tan hermosa como Paris. Mientras rumio estos pensamientos, el conductor del bus anuncia un cambio de plan: tenemos que subir en el otro bus para irnos con el guía que habla ingles. Dice que está mejor para nosotros ya qué el grupo es más pequeño. Mai y yo nos echamos un vistazo con miedo, preguntándonos qué va a ocurrir en las 4 próximas horas.

Sentados en un banco en la sombra, esperamos a nuestro guía y al grupo. Un hombre llega. Lleva pantalones cortos y zapatos para caminar. Americano. Estoy esperando “Hi” pero me lanza un “¡Hola!” ¡Qué sorpresa! Resulta que John está pasando unos meses en Perú para enseñar el inglés a los niños en una escuela local. Los otros 5 miembros que forman parte del grupo son 2 jóvenes profesores voluntarios de inglés el la misma organización sin fines de lucro que John, una muchacha americana que está explorando Sudamérica con sí misma, y una pareja israelí a quién les gusta salirse del camino trillado. Cada uno tiene una historia interesante, respeta a la gente y los lugares, y a cada uno le interesa aprender las historias de los otros. Todos los estereotipos hacen añicos. Me siento como un pendejo por les haber juzgado antes de encontrarles. No soy diferente de la mujer que encendió la TV con CNN por la mañana. Estoy agradecido por la lección: etiquetas sólo son un truco de nuestra mente para mantener la ilusión de un mundo predecible. En realidad la vida cambia todo el tiempo: etiquetas no sirven para nada, la única cosa que importa es aquí mismo, ahora mismo.

Por desgracia, es mas fácil ver los estereotipos en los ojos de los demás que en nuestros propios ojos. Cómo lo dijo Nigel Powers tan justamente: “Sólo hay dos cosas en este mundo que no puedo ni ver: la gente que no tiene tolerancia con las culturas de los demás, y los holandeses.”

 

Cédric, 21 de Abril de 2012

PS: Para ellos que nunca han visto la película hilarante “GoldMember” aquí están las famosas palabras dichas por Nigel Powers (Michael Caine)