Taxistas de Panamá

Ernesto no siempre fue un taxista. Hace mucho tiempo trabajaba en un negocio de importación y exportación. En sus propias palabras, su jefe era “un judío gordo, un hombre muy bueno.” Ernesto viajaba en carro de ida y vuelta entre la capital y diversas partes del país, incluso la selva famosa de Darién con su falta de carreteras, sus ríos desbordantes, sus banditos y sus guerrilleros. Una vez manejó hasta Guatemala para su trabajo. Los policías Hondureños le pararon y le detuvieron sin razón, y sólo le soltaron después de que Ernesto abandonó su reloj de oro, la cosa más preciada que jamás poseyó. Ocurrió hace 20 años durante una época muy oscura. A pesar de que Ernesto nunca digirió la pérdida del reloj, está agradecido de haber salido de esta aventura sano y salvo. Sonríe cuando le cuento mi propia experiencia con policías corruptos en Honduras. Cuando le pregunto por qué cambió de carrera para volverse un taxista, sólo responde: “Mi jefe murió de un tumor en la oreja. Siempre estaba hablando con su móvil. Y cuando nadie le llamaba, él llamaba a la gente.”

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Carlos, con su silueta larga y redonda, podría parecer norteamericano aunque su pedigrí sea 100% panameño. Carlos nació en Bocas del Toro, en la costa caribeña, y su dominio del idioma de Shakespeare se condimenta con un gran toque de acento jamaicano. Ya manejaba un taxi en la capital hace unos años cuando una pareja de gringos le contrataron para un día de exploración turística. Al anochecer, estacionando el carro frente a su casa se dio cuenta de que había algo extraño en los asientos traseros: los turistas habían olvidado su cámara de video. Carlos volvió al hotel dónde les había dejado, y llamó a la puerta con la cámara en la mano: “Creo que esto es suyo, ¿no?” Los dos gringos fueron aturdidos ; ya consideraban el preciado objeto como perdido para siempre.

Unos meses más tarde, los norteamericanos volvieron con la intención de abrir un hotel. Le pidieron a Carlos de gestionar la construcción. Les explicó que no es un ingeniero pero no a aceptaron ninguna respuesta negativa, por eso terminó por tomar la misión. Cuando el hotel, Casa Sucre, fue construido y listo para funcionar, los dueños le pidieron a Carlos de gestionar el negocio para ellos. Así se volvió el gerente. Durante su tiempo libre todavía ofrece sus servicios de taxi. Carlos es un hombre de negocios y un buen ejemplo de “success story” panameña.

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José se confunde y su rostro se ilumina cuando se da cuenta de que manejé todo el camino desde los Estados Unidos. ¿Cuantos kilómetros? ¿Cuanto tiempo ha llevado? ¿Cuántos países crucé? Qué lugares me gustaron más? ¿Por qué tengo un carro japonés aunque yo sea estadounidense? ¿Es verdad que los vehículos hechos para los EEUU son diferente de los que se venden aquí en Panamá? El tiempo vuela mientras José y yo hablamos de viajes y de carros. De repente, se calla, me mira y dice: “¡Que bueno! He sido taxista durante muchos años pero es la primera vez que puedo mantener una conversación en español con un… gringo (sin ánimo de ofender).” A José le encanta el ingles pero siente que no habla bien, y no puede permitirse lecciones. Es de origen china aunque no hable el idioma ya que no tiene nadie con quien practicar desde que sus abuelos murieron hace muchos años. Percibo la emoción en su voz mientras que me cuenta la historia de un viejo panameño que hablaba 7 idiomas con fluidez: español, italiano, portugués, ingles, ruso, polaco y francés. Nos damos la mano y nos despedimos. José utiliza mi expresión favorita en español: “¡Que le vaya bien!”

 

Cédric, el 12 de febrero de 2012