Mi mujer me mira con pistolas en los ojos y me dice, fingiendo un tono de voz despreocupado: “Has olvidado decirme que tu profesora de español es tan buena.” ¡Ay no! Eso es el tipo de diálogo que puede ser malo o peor, depende de mi respuesta. ¡Piensa! ¡Rápido! Nunca se me ocurrió que ella es “buena” pero ahora que la veo alejándose en la playa con su bikini, me doy cuenta de que estoy en un apuro. Si niego el hecho, pareceré un mentiroso. Por otro lado, admitir que mi profesora es sexy no es una buena manera de acabar con esta discusión. La playa se convierte en arena movediza bajo mis pies. ¿Qué podría decir? Cogido totalmente desprevenido, incapaz de pensar en algo más convincente, contesto: “Sólo es mi profesora de Español. Está casada con un surfista cachas.” En menos de un segundo, el arma letal recarga y dispara de nuevo: “¡Y yo también!” Extrañamente no considero que sea un piropo. Daría cualquier cosa por cambiar de tema. Afortunadamente el sol empieza su puesta en el Océano Pacífico, así sirviendo una diversión ideal.
Si hubiera sido más astuto habría dicho: “¿Ella no suele venir vestida con un bikini cuando enseña el español!”
Cédric, 30 de diciembre 2011
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